Pájaro + Vurro en 16 Toneladas

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16 TONELADAS | ROCK CLUB

Carrer de Ricardo Micó, 3 (46009) València, Valencia

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PAJARO + VURRO EL 18 DE MAYO EN 16 TONELADAS (VALENCIA)

PÁJARO

Andrés Herrera Ruíz, alias ‘Pájaro’, músico y rockero sevillano, ha rasgado guitarras en emblemáticos grupos de la capital como ‘Brigada Ligera’, ‘Pata Negra’, o junto a Kiko Veneno y su venerado Silvio en su banda junto a ‘Sacramento’, entre otros. Una mezcla de rock, surf, blues, swing, Semana Santa, espaguetti-western, Las Vegas, o versos de San Juan de la Cruz se dan cita en su particular universo musical.

Andrés Herrera, alias Pájaro, nació en Sevilla. Nacer en la capital de Andalucía es, de por sí, algo tan excelso que acaso no merece ser comentado con unos meros párrafos en prosa. Pero, además, el destino ha dispuesto que Pájaro viviera una afortunada cadena de experiencias (si bien no todas han sido precisamente amables, desde luego) que han moldeado al individuo hasta llegar a lo que hoy, sin duda, es: uno de los músicos más sugestivos del país, inequívocamente en la plenitud de su talento musical.

Sevilla es una ciudad magna, monumental, glamurosa, pero también de estrechas calles empedradas, de rincones anacrónicos. Tras la fastuosa herencia romana recibió la opulencia árabe y, después, se agasajó con el esplendor cristiano, con un ojo puesto en el Nuevo Continente y el otro, en el Mediterráneo y el resto de sus territorios ocupados. Cualquiera que se establezca en la ciudad está expuesto a un caprichoso prisma de culturas y tradiciones que filtrará la luz según como y desde donde se quiera mirar.

La Sevilla de Pájaro es más la del río Betis que la del Guadalquivir, más de Itálica que de Giralda, más de Escipión que de Muza. El remanente romano empatiza con el gusto del artista por la Italia de Adriano Celentano, de Sergio Leone, de Ennio Morricone. Su pasado como guitarrista ineludible de la escena rockera sevillana, en una época en la que, con toda naturalidad, se podía rendir pleitesía a Elvis y a la Virgen de la Macarena el mismo día y a la misma hora, ha dejado tal poso en su genio, que basta alguno de sus temas para darnos cuenta de que no puede haber más espontaneidad en como se mezclan en el aire las ondas de una frenética guitarra surfera con las de una corneta procesional de Semana Santa sevillana, o unos acordes de jazz a lo Djiango Reinhardt con unos versos de San Juan de la Cruz. Todo eso junto brota con el descaro y la franqueza de quien ha vestido sus mejores Chelsea boots para ir a emocionarse con la marcha Ione, himno cofrade que, ya de pequeño —acompañado por su padre, cinematógrafo de profesión—, acudía a escuchar por Semana Santa. La marcha pertenece a la ópera Ione de Errico Petrella, basada en la novela Los últimos días de Pompeya, escrita por Edward B. Lytton, y Morricone la oyó hasta la saciedad cuando, trabajando en España para las películas de Leone, buscaba documentos sonoros que le sirvieran de inspiración. En el dramatismo de la procesión, la imaginería barroca se abre paso a través de las capas escarlatas de los centuriones. Lo imposible hecho posible.

Y es que, para Pájaro, Sevilla, Texas, Nápoles, Nueva Orleans, Roma, Almería o Memphis se huelen desde su ventana. Y el rock’n’roll, el blues, el surf, el swing, la saeta, la tarantela o el spaghetti western suenan como una misma cosa cada vez que pone los dedos en las cuerdas de su guitarra. Así, la magia surge de convertir en posible lo imposible para que la belleza —que es algo que no existe— esté.

VURRO

Estaba escrito. En los posos del café, en las cartas del Tarot, en las hojas de los árboles, y en el reverso de una bolsa de Cheetos: Un hombre maligno con un castor muerto en la cabeza se hará con el control del Imperio dando inicio a una era de oscuridad, las estrellonas del pop y el rock caerán como moscas, la música en directo se convertirá en un soberano y previsible coñazo, e incluso morirán princesas en una galaxia, muy, muy lejana. Y en medio del Apocalipsis, surgido entre un mar de ratas muertas, llegará un hombre vestido como un rednecky con una calavera de vaca por cabeza. Nadie sabe de dónde viene ni a dónde va, tan solo que allí por dónde pasa deja flotando en el ambiente la esencia de la verdadera religión del boogie. Su nombre es Vurro, y nunca habrás visto nada igual. Estaba escrito para todo aquel que supiera leer entre líneas y, tarde o temprano, las profecías terminan por cumplirse.

El misterio rodea al enigmático artista tras la calavera. Jamás ha concedido entrevista alguna, nunca nadie ha visto su verdadera cara, pero con tan solo tres vídeos en su haber, colgados en Youtube, ya se ha convertido en todo un fenómeno viral. Pero basta con ver tocar a Vurro para darte cuenta de que todo tipo de información más allá del espectáculo que tiene lugar ante tus ojos es irrelevante. Más allá de la impactante puesta en escena, tan contundente como el disparo de la Magnum de Harry el Sucio entre los ojos, tiene el espectador la tremenda suerte de encontrarse con un animal de los teclados con magia impregnando sus dedos y el ritmo corriendo por su sangre. Platos de batería tocados con los cuernos, pedales de bombos que desprenden polvo del desierto con cada golpe, cascabeles y una voz que parece provenir de ultratumbra. Tal vez coma alambre de espino y mee napalm, pero lo que es seguro es que respira rock ‘n’ roll en forma de boogie, el puro, el genuino, el inspirado por maestros de la talla de Chuck Berry, Bob Log o Jerry Lee Lewis, sin olvidar inevitables referencias a otros outsiders como Frank Zappa en cuanto a concepto escénico se refiere, por el uso de bicicletas y otros elementos poco habituales. En cualquier caso, basta con verle tocar unas cuantas notas para darse uno cuenta de que nos hallamos ante un virtuoso decidido a romper esquemas. Su nombre es Vurro, y sus canciones hablan de la venganza del toro Raúl o de lo feo que está matar a las vacas. Su nombre es Vurro, y en ningún momento sabrás si te encuentras ante un músico de rock reconvertido a chamán invitando a la catarsis del público por medio de su delirante ceremonia del ritmo, o al hechicero de una religión olvidada extendiendo su embrujo a través de la música. Su nombre es Vurro, y la sala 16 Toneladas tiene el placer de brindarte su ritual por primera vez en Valencia en el que será el tercer concierto de su nueva pero tremendamente ilusionante carrera. Su nombre es Vurro, y si el rock and roll te lleva derecho al infierno, él te abrirá las puertas y las cruzarás bailando.